viernes, 22 de diciembre de 2006

El microondas y la Constitución

El vicepresidente de la Nación, Daniel Scioli, ha decidido construir en el Salón Azul del Congreso un templete donde se exhibirá el libro que contiene el texto original de nuestra Constitución. Fue escrito por el convencional constituyente por Córdoba, Juan del Campillo, de puño y letra y con su mejor caligrafía, en Santa Fe entre el 30 de abril y el 1º de mayo de 1853, fecha en la que se sancionó y fue firmada por los 23 convencionales presentes en dicha sesión. La idea surgió del proyecto de ley que presenté como diputado en 1990, que sólo tuvo media sanción de la Cámara Baja, pero que volvió a presentar el senador Juan Carlos Maqueda a fines de 2002. El proyecto lo redacté después de leer estas palabras pronunciadas, el 29 de julio de 1938, por Alfredo Lorenzo Palacios en el Senado: “Los originales de la Constitución norteamericana firmados por los convencionales de Filadelfia, así como el texto de la Declaración de la Independencia, se encontraban en el Departamento de Estado y fueron trasladados por ley del 25 de febrero de 1903, a la Biblioteca del Congreso, cumpliéndose así el propósito del presidente Harding de satisfacer el laudable deseo de los patriotas de completar los documentos fundamentales que originaron la Independencia y el gobierno de Estados Unidos. Por ley de 20 de marzo de 1922, se ordenó que los documentos aludidos fueran expuestos en un templete erigido en el segundo piso de la biblioteca, donde son fácilmente visibles, para cualquier visitante, sin ninguna formalidad. Todos conocen en Estados Unidos el texto original de la Constitución. En cambio entre nosotros, hay al respecto, un desconocimiento tan lamentable que ha permitido absurdas interpretaciones”. Con motivo de su sesquicentenario, se declaró por la reciente ley 25.863 al 1º de mayo el Día de la Constitución. Este año, en que el Congreso cumplirá el día 22 de octubre los 150 años de su inauguración, el libro sagrado de los argentinos por fin podrá ser exhibido y venerado en el edificio del Congreso, el más importante de la República, merced a este templete.Hoy, en una caja fuerteHasta ahora ese libro se encuentra guardado adentro y sobre la base, en posición vertical, de una antigua caja fuerte de más de dos metros de altura, en una pequeña dependencia anexa al despacho del secretario Parlamentario del Senado de la Nación, hoy a cargo de Juan H. Estrada, junto a otros dos libros, uno que contiene las actas manuscritas de la Convención y otro que tiene transcripto, en letra cursiva, el texto ordenado de la Constitución reformada en 1994. En esa dependencia, junto a la caja fuerte, también hay unos estantes con papeles, una heladera, un microondas y un cajón con botellas vacías. En dicha caja fuerte se encuentran depositadas también las renuncias originales a su cargo firmadas por los presidentes Fernando de la Rúa y Adolfo Rodríguez Saá, en texto manuscrito, y la de Eduardo Duhalde, escrita a máquina.El “Gran libro”, como lo llamó el acta de la sesión del 1º de mayo de 1853, es en realidad un libro de contabilidad (de 47,50 x 33,50 x 6 cm) de 404 páginas de papel industrial –con columnas, márgenes y renglones–, con un señalador celeste y blanco, que se encuentra en una caja estuche y tiene por título “Congreso General Constituyente de la Confederación Argentina, Constituciones provinciales, leyes, decretos y resoluciones. 1852 a 1857”. Lleva adjunto un cuadernillo índice de la documentación contenida en el tomo. El texto constitucional y las firma de los constituyentes están entre los folios 10 y 19, escrito en los dos lados, o sea en 20 páginas. Una copia de este libro se exhibe en el Museo Parlamentario de calle Hipólito Yrigoyen 1708 y otra del libro escrito en letra cursiva del texto de 1994, en una modesta vitrina en el Salón Azul del Palacio Legislativo.En mayo de 1976, durante el gobierno militar, bajo la responsabilidad del primer teniente Jorge Camacho –que estaba a cargo de los Archivos Secretos y Documentación Reservada del Congreso– el “Gran libro” fue encuadernado en cuero, pero las tapas anteriores se perdieron. Entre 1992 y 1993 el libro fue restaurado por Alejandra Avallay y Alejandrina Guedes y se le hizo un lifting como lo llamó la prensa de entonces.El texto escrito en 1853 por Del Campillo, un abogado que había sido empleado de la Contaduría de la provincia de Córdoba y que será después de la Convención ministro de Justicia y, más tarde, el primer embajador ante la Santa Sede, tiene 7.195 palabras, 100 en el preámbulo y 7.095 en los 107 artículos que la componen.Si Discepolín viviera...La Constitución es un símbolo patrio, como lo son la Bandera, el Himno y la Escarapela pero, a diferencia de éstos, su simbología es sacramental ya que en su contenido no hay ni paño, ni sonidos, ni colores, sino las bases de la organización nacional. Facundo Zuviría, presidente de la Convención de 1853, después de sancionada la Carta Fundamental, sintetizó esto al decir: “El 1º de mayo de 1851, el vencedor de Caseros firmó el exterminio del terror y del despotismo. El 1º de mayo de 1853 firmamos el término de la anarquía, el principio del orden y de la ley. Quiera el cielo seamos tan felices en nuestra obra como él fue en la suya”.Luego de una reciente entrevista con Scioli, donde se me informó respecto de la inminente construcción del templete y le manifesté el apoyo a esta iniciativa de la Asociación Argentina de Derecho Constitucional, tuve la curiosidad de pedirle al celoso responsable del “Gran Libro”, el doctor Estrada, que se lo mostrara a mi hija que me acompañaba.Cuando vi nuevamente la estrecha dependencia en donde está la caja fuerte y lo que hay en ella, se me ocurrió pensar que si Enrique Santos Discépolo hubiera conocido esto, en la “irrespetuosa vidriera de los cambalaches, en vez de “la Biblia y el calefón”, habría puesto “el microondas y la Constitución”, con lo que habría exaltado la ingratitud e indiferencia de los argentinos con nuestra antigua Constitución.Ahora, por fin, se hará justicia con ella, cuando se construya este templete y su texto original pueda ser mostrado, admirado y venerado.

Dr. Jorge Gentile

"La Voz del Interior", 19 de abril de 2004

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